martes, 17 de junio de 2014

¿Belleza marchita?


 Estaba triste, aunque no tenía motivos para ello. Simplemente, era uno de esos días que la melancolía y la nostalgia, se abrazaban a ella, haciéndola añorar bellos momentos en realidad no tan lejanos, pero que ella sentía a veces como si hubieran pasado mil años.
 Cuando estaba así, un poco decaída, le gustaba subir al desván. Ojear o volver a colocar las cosas que tenía allí era para ella una buena forma de recuperar el ánimo, ya que siempre encontraba algo que le hacía brotar una sonrisa.

 Aquel desván era un almacén de recuerdos, sus recuerdos.  En unos sencillos estantes de madera guardaba tesoros de su infancia; algún juguete, cuentos, sus colecciones de princesas o sus cromos de animales. En otros, había unos cuantos de sus libros del instituto, con sus típicas carpetas decoradas con fotos y algunas, con dedicatoria y firma de sus compañeras de clase, de las que nunca más volvió a saber como les fue en la vida.

 Pero en un cofrecillo que le habían regalado siendo una niña, escondía bajo llave, su bien más preciado… sus primeras cartas de amor.
 Aquel cofre era de madera de aspecto rústico y con un bonito corazón tallado a mano en su tapa. Lo bajó con cuidado del estante, introdujo la llave en la dorada cerradura, y lo abrió. Sacó al azar unos escritos de sus sobres y leyó uno de ellos, despacio, dejando que su mente volviera a llevarla aquellos momentos:

 “Mi amor, mi vida:
Sueño contigo todos los días, a todas horas, en todo momento, tú eres la fuerza que me hace seguir, que me impide bajar los brazos, rendirme, dejarme llevar por la soledad y la desesperación que me rodea aquí. Solo pienso en estar entre tus brazos, añoro tus caricias, tus besos, tus labios, estar el uno junto al otro, abrazados en silencio, sentir que en esos momentos, nadie es más feliz que yo, porque la felicidad es imposible sin ti”.

 No pudo evitar emocionarse como en el primer momento que había leído aquellas palabras. Era solo un fragmento de una de las cartas que el dueño de su corazón le había escrito cuando estaba en el ejército.
 Tomó aire y siguió ordenado las cartas, leyendo pequeños párrafos de vez en cuando. Los últimos sobres del fondo del cofre, estaban un poco amarillentos por el paso del tiempo y la falta de ventilación que tenían en su encierro. Bajo ellos,  
encontró el viejo libro de poemas que le había regalado él al poco tiempo de haberse conocido. Mientras lo sujetaba, deslizó el pulgar por su lomo haciendo que las páginas pasaran con rapidez, mientras un sin fin de sensaciones y recuerdos la invadían al mismo tiempo. 

 Se detuvo en una de las hojas centrales cuando la vio. Era la flor. Si, aquella flor que él le había dejado dentro del libro a modo de sorpresa y que ella usó como romántico marca páginas. Lógicamente, estaba oscurecida y seca por el paso de los años que había pasado entre el papel. Para ella, la belleza marchita de aquella flor, no era tal, ya que la veía como la recordaba; con alegres colores y llena de vida. Incluso podía sentir su perfume si cerraba los ojos mientras la sostenía en sus manos. Recordó lo mucho que le había ilusionado en su momento el haberla encontrado. Él siempre había cuidado mucho los detalles con ella, para que no se olvidara de lo importante que era tenerla en su vida. Con gran cuidado y ternura para evitar romperla, volvió a colocar la flor dentro del libro, lo guardó junto a las cartas dentro del pequeño cofre de corazón de madera y lo dejó todo en su sitio, exactamente colocado como estaba.

 Después, bajó de vuelta a casa, abrió la puerta y vio a su esposo, el mismo que le dedicó aquellas cartas de amor y que puso esa bonita flor en el libro, para que cada vez que la viera, se acordara de él. Estaba jugando alegremente con los dos maravillosos hijos que tenían en común y que eran el motor de sus vidas. Despreocupados y ajenos al día de nostalgia que había pasado, cuando la vieron se fueron los tres hacia ella y la abrazaron y besaron entre risas como si fuera un juego, a ver quien lo hacía mejor y mas fuerte. En ese momento, pensó que estaba haciendo las cosas bien en la vida y que realmente si, era feliz. Había pasado inolvidables momentos antes, pero se prometió que los mejores, eran los que todavía estaban por llegar.





chema.

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