jueves, 10 de julio de 2014

Días de fiesta.



 Llevábamos tres días escuchando como la ciudad parecía haberse vuelto loca. Nosotros veníamos de un lugar que podríamos decir, era “un remanso de paz”, donde la vida fluye tranquila. Pero durante nuestro traslado, ya pudimos apreciar que algo estaba pasando, algo muy importante para la gente, ya que había miles ocupando las calles, bailando y cantando alegres himnos sin parar, de día y de noche, prácticamente sin descanso, y bañándolas de líquidos que usaban para saciar la sed, que muchas veces derramaban de sus variopintos recipientes por no prestarles atención.

 Tanta agitación apenas nos dejaba dormir, aunque esa noche, de todos modos tampoco podríamos haberlo hecho. Sabíamos bien que esa mañana era nuestro turno, porque éramos los últimos que quedábamos allí. A la salida del sol le acompañó un estruendo corto y seco que retumbó en el cielo. Se abrieron las puertas y algo nos impulsó a salir corriendo todo lo que pudimos. No entendía bien lo que estaba pasando porque me encontraba en la cola del grupo. Le eché valor y me coloqué como pude el primero. Fue entonces cuando vi bien lo que ocurría. Una multitud de gente corría a nuestro alrededor agolpándose unos contra otros, como tratando de llegar antes que nosotros no se a donde. 

 Acepté el juego y me puse a correr mas fuerte aún. Un hombre calló delante de mí y creo que le pasé por encima, pero en un vistazo rápido hacia atrás, pude ver como rodaba hacia un lado y se levantaba por si mismo. Todo iba muy rápido hasta que llegamos a un recinto muy grande donde había gente aplaudiendo según íbamos apareciendo. Al final unos hombres nos metieron en unos establos donde pudimos descansar. De fondo, aún se oían los gritos de la gente que habíamos dejado atrás.

–“¡Viva San Fermín!”…